El tren a Mar del Plata, un triste consuelo para un país que tuvo una de las redes más grandes
Frente a la euforia desatada por el retorno del tren a Mar del Plata, con una pérdida descomunal (¡1.370.000 pesos por día!), como consigna hoy Infobae, recordé el título de una película checa: Trenes rigurosamente vigilados, de 1966.
Y de inmediato acudí a nuestra triste contracara: trenes rigurosamente descontrolados, abandonados, y con un atraso técnico de un siglo, aunque los más optimistas hablan de medio…
Y empezaron a rondarme recuerdos y nostalgia.
Mi abuelo Justo, campesino aragonés devenido argentino y ferroviario –señalero, tirapalancas– amaba al ferrocarril hasta el punto de vivir frente a una estación del hoy Mitre y ayer Ferrocarril Central Argentino, cuyas iniciales estaban, en letra gótica, grabadas en los botones plateados de su uniforme… (aún conservo uno).
En la estación Núñez.
Por supuesto, mi niñez, mi adolescencia y hasta el principio de mi vida adulta transcurrieron entre la incomparable música de las ruedas sobre el acero de los rieles… y «un farol balanceando en la barrera / y el misterio de adiós que siembra el tren», como escribió Homero Manzi y le puso música Aníbal Troilo. Sí: «Barrio de tango».
Empecé la escuela secundaria en San Fernando: imposición de mi abuelo.«Tienes el tren enfrente y el abono gratis».
Cierto en ambos casos: el ferrocarril inglés, aunque nacionalizado en 1948, conservó durante algún tiempo ciertas reglas de juego de ese pasado: los parientes directos de sus obreros y empleados tenían pase gratis, sus asientos de segunda clase eran de pulida y noble madera, y los de primera clase, mullidos, tapizados de cuero negro, y jamás tajeados o mutilados: ningún argentino, de cualquier estrato social y nivel de educación, se atrevía a un vandalismo que después fue un amargo pan de cada día.
Verdad de Perogrullo: la puntualidad era solar. Suiza. Era posible poner el reloj en hora cuando llegaba el tren…
En la primera etapa de mi vida de estudiante secundario, lo tomaba a las 7:20 de la mañana, y a las 7:50 me bajaba en Virreyes, con diez minutos de margen para el toque de timbre de la escuela, a las 8 en punto.
Adiós, adolescencia, adiós. En 1957 entré a trabajar a un banco. Para memoriosos: Nuevo Banco Italiano, Reconquista y Rivadavia, Plaza de Mayo.