Pratto: el Oso Gigio
El delantero de River, en modo gozo: pasó la marca de goles de Riquelme en Copa Libertadores e hizo público lo que en privado ya veían en River Camp: que recuperó el nivel físico de 2018.
Somos una versión mejorada -o acaso, estancada- de lo que fuimos: el presente está construido de pasado. Es la resiliencia la que de algún modo permite equilibrar las injusticias de la vida. Quienes no son capaces de ejercitarla corren el riesgo de caer en un duro limbo ubicado entre el resentimiento de lo que pudo haber sido y el conformismo de lo que tocó ser; los que sí la trabajan, avanzan…
Deducir a Lucas Pratto como un ser con temperamento noble pero aguerrido que pudo dejar atrás una lesión en el sacro, entonces, resultaría un reduccionismo. En cualquier caso es posible explicar cómo logra reinventarse sin resquebrajar su autoestima si se estudia cómo llegó a volverse el jugador por el que River desembolsó más dinero en su historia -decir que fue caro resultaría improcedente: amortizó con títulos la inversión-. O tambien, el profesional activo con más goles en Copa Libertadores (27), de la que fue top scorer de la década pasada y en cuya tabla superó a Juan Román Riquelme (25, igual que Luis Artime y el Beto Acosta), ídolo devenido vicepresidente de Boca, club en el que el Oso tuvo su paso recomendado por otro goleador como Martín Palermo.
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Creció, Pratto. Y avanzó. Lo hizo desde que era pibe y pedaleaba para ir al colegio. O cuando, ya de más grande, caminaba 20 cuadras para tomar el colectivo e ir al entrenamiento de Cambaceres, épocas en las que se las rebuscaba cuidando salones de fiestas o repartiendo volantes. Siempre les mostró sus dientes a las dificultades. «Tuve la contención de mi vieja y de mi hermano. Esas dos personas dieron todo por mí. Después, si comíamos o no, si comprábamos ropa o no, es otro asunto. Siempre fuimos para adelante», le contaba a El Gráfico en 2013, exponiendo ese lado poco conocido de su vida y marcando un leit motiv: avanzar. Siempre avanzar. No sólo para superar a los próceres de la otra vereda: también a las adversidades que el fútbol le presentó, poniéndole el cuero a cada situación, curtiéndose la piel y demostrando que él puede ir por más.
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Los dos goles de Lima fueron para Pratto algo más que un desahogo después de (eternos) 481 días sin convertir. Al mismo tiempo oficiaron de demostración pública de lo que en River ya habían atestiguado en privado: que está en su mejor versión física, mucho más afinado respecto del año pasado o de principios de 2020, al mismo nivel que en 2018 o principios de 2019, según le confiaron a Olé. Que, después de una fisura en el sacro que le quitó ritmo de competencia está cada vez más cerca del Modo Oso original: apenas le faltan minutos de campo, difíciles de conseguir producto de la fuerte competencia que existe en el puesto. En ese sentido, el nuevo dibujo de River (4-3-3) le ofrece mayores chances de ser -de mínima- primera variante de recambio, como ocurrió en el segundo tiempo ante Binacional. El martes y en Perú, luego de haberse recuperado en apenas 11 días de una distensión muscular que lo marginó del reestreno ante San Pablo, a Pratto se lo vio ágil, rápido de reacción -su primera jugada fue un pivoteo para dejar mano a mano al juvenil delantero Federico Girotti- y también contundente al momento de definir.